viernes, marzo 30, 2007

Déjà vu

La mente humana en general y la mía en particular es alucinante.

Anoche, antes de apagar la televisión para irme a dormir vi un anuncio. Tengo la sospecha de que se trataba del anuncio de una compañía de seguros o algo así, pero no recuerdo cual. De hecho, lo único que recuerdo claramente es la canción que sonaba de fondo.
De repente me acordé de esa canción, de lo mucho que “abusé” de ella cuando la descubrí hace unos años y de la cantidad de tiempo que hacía que no la escuchaba.

Esta mañana al llegar a la oficina lo primero que hice fue buscarla en internet, ponerme los cascos y escucharla.

Durante los minutos que dura la canción pude volver a sentir lo que sentía hace 6 u 7 años cuando la usé como banda sonora de unos momentos muy críticos.
Sólo puedo decir que tras volver de ese déjà vu tan intenso me he dado cuenta de lo bien que estoy ahora y de que, aunque yo no lo recordara y no pensara nunca en ello, no siempre he estado tan bien.
Nunca dejará de sorprenderme la cantidad de sensaciones, la cantidad de recuerdos y la cantidad de sentimientos que una simple canción puede devolverte.




Tajabone - Ismael Lo


Con la carne de gallina, la piel de pollo y los pelos como escarpias me he quedado.

miércoles, marzo 28, 2007

Bajo un caballo alado

Mi trabajo a menudo es aburrido y monótono, pero de vez en cuando me da sorpresas y me encuentro en los lugares más insospechados.

Ayer fue uno de esos días.
Por la mañana me llamaron para que fuera a ver a un cliente de los importantes y allí me fui yo embalada. Cuando llegué tuve una reunión de esas que a mí me hacen pensar que la gente no tiene nada mejor que hacer. No sacamos nada en claro y perdí un montón de tiempo. Pero cuando me iba me preguntaron si conocía el edificio.
Se trata de uno de esos grandes edificios del siglo XIX que todo el mundo que haya visitado Madrid habrá visto alguna vez. Yo contesté que no y enseguida llamaron a Fabian para que me diera una vuelta por el edificio. Fabian debe de ser algo así como el ayudante del secretario del asistente del asesor de alguien no muy importante. Un tío muy majo y muy de andar por casa, lo cual después de una reunión absurda era lo único que me podía apetecer.

Cuando llevábamos vistos un ciento de cuadros, vidrieras, frescos y demás virguerías Fabian me miró y me dijo:

- Todo esto lo podrías ver cualquier día, está a la vista del público. Si quieres pasamos de esto y te enseño lo que realmente merece la pena.
- Vale.

Entonces nos metimos por una puerta que llevaba a una zona de despachos, la atravesamos y nos metimos en un ascensor, de ahí pasamos por varios pasillos y luego nos subimos a una especie de montacargas.
Yo empezaba a pensar en Tesis y películas similares. Fabian no parecía mala persona, pero yo estaba segura de que si me abandonaba allí no sería capaz de encontrar la salida en un año.
Después subimos por unas escaleras muy chiquititas y abrió una especie de tragaluz. Primero salió él y luego me dio la mano para que yo pudiera salir también.
De repente descubrí que estábamos en la azotea del edificio y que tenía medio Madrid a mis pies. Las vistas eran realmente espectaculares.

Fabian me hizo un recorrido por todo el perímetro del edificio hasta que llegamos a la zona de la fachada principal donde se encontraban unas esculturas de piedra de dimensiones desorbitadas. Y allí, bajo la escultura de un caballo alado de 15 metros había un sillón.

- Cuando me apetece pensar y evadirme del mundo suelo venir aquí.

- Esto sí es un lujo y no los áticos de mi barrio.

Nos sentamos y mientras nos fumamos un cigarro estuvimos hablando de esas cosas de las que se habla con un desconocido al que probablemente no volverás a ver y en un lugar al que jamás vas a volver.

- Sabes? Desde la primera vez que subí aquí este sitio forma parte de todas mis fantasías.

- Supongo que en tus fantasías no está a punto de ponerse a llover ni es mediodía.

- No, de hecho siempre transcurren durante el atardecer de cualquier día de verano.


- No sé qué tal será tu trabajo, pero sólo por esto creo que merece la pena.


- Desde luego no pienso dejarlo sin haber hecho realidad un par de cosillas aquí arriba.


Lo miré y me fijé que debajo de su camisa asomaba un tatuaje. Él se dio cuenta.

- No te gustan los tatuajes supongo.

- Pues verás, no me gustaban especialmente, pero desde que sigo a Michael Scofield debo reconocer que empiezan a formar parte de algunas de mis fantasías.


- Una pena que se vaya a poner a llover…


- Y que no esté atardeciendo…


- Y que no sea verano…


- Una pena…


- Sí, una pena…


Y ahora mismo no recuerdo si lo que pasó después fue real o forma parte de una de mis nuevas fantasías.

martes, marzo 27, 2007

Yo tenía un vecino...

Yo tenía un vecino con el que solía coincidir de vez en cuando. No lo conocía mucho, pero me parecía un tipo interesante. Raro, pero interesante.
De hecho, era el único vecino con el que me gustaba hablar en el ascensor, cuando me lo encontraba en el super o comprando el periódico. Teníamos una extraña costumbre, un día él me contaba algo, otro día se lo contaba yo y, alguna vez, manteníamos una conversación y hablábamos los dos.

Hace cuatro semanas que me mudé de piso y un día me di cuenta de que en cierto modo lo echaba de menos. Echaba de menos las historias y las anécdotas que me contaba. Echaba de menos la sensación que me provocaba estar esperando el ascensor y verlo aparecer y la que me dejaba cuando llegábamos a su piso y él se bajaba, dejándome siempre con ganas de más.

Lo curioso es que yo tenía muchos vecinos y a algunos de ellos los conocía mucho más, pero ninguno despertaba mi curiosidad y mi interés tanto como este.

Recuerdo que al principio me imponía mucho. Supongo que su seguridad a la hora de hablar unida a lo que decía me resultaban poco comunes. Porque he conocido a gente inteligente, a gente con sentido del humor, a gente con una capacidad de raciocinio enorme y a gente con una sensibilidad especial, pero no es fácil encontrar a alguien que aúne esas cualidades, sea consciente de que las tiene y eso no lo convierta en un gilipollas.

He de reconocer que soy una persona fácilmente impresionable y con una tendencia exagerada a endiosar a quien me deja impresionada gratamente. De esto soy muy consciente. Pero también es cierto que cada vez tardo menos tiempo en "caer de la burra" cuando lo que me impresiona no es más que un espejismo sin mucho fondo.

Es muy probable que lo que inicialmente me llamase la atención de mi vecino fuese producido por una primera impresión favorable. Pero las impresiones, del tipo que sean, tienen un tiempo de caducidad muy limitado. Una vez superada la fase de aturdimiento si sigues escarbando y no ves algo más, el efecto desaparece. Pero si sigues escarbando y dejas de estar impresionada pero te sigue gustando lo que ves, entonces es cuando puedes empezar a opinar con algo más de argumentación y menos devoción.

Es cierto que imagino que tendrá mil virtudes más de las que yo pude ver y un millón y medio de defectos para contrarrestarlas, pero para ser un simple vecino lo que yo vi me pareció suficiente.

Lo bueno de estas relaciones tan breves que no tienes donde encasillarlas, es que están carentes de expectativas. Pueden gustarte o no. Pueden aportarte algo o no. Pero no son relaciones por las que hayas apostado algo, por lo que nunca tienes nada que perder.
Lo malo de estas relaciones es que se evaporan cuando dejas de coincidir en el ascensor.

Cada vez que he vuelto a pasar por delante de su portal lo he hecho con la esperanza de volver a verlo y que me contase alguna historia más de esas que quedaron pendientes o de las que le hayan ocurrido últimamente, pero lo cierto es que cada vez lo veo más absurdo. Ya no somos vecinos ni esperamos el mismo ascensor.

Yo no suelo sentir ningún interés especial por esa gente que me cruzo de vez en cuando y con la que no tengo ningún lazo afectivo, pero sí me he descubierto pensando que a ciertos vecinos uno debería llevárselos consigo cuando se cambia de piso.


PD. Por si a alguien se le pasa alguna idea extraña por la cabeza debo advertir que mi vecino era cincuentón y gay. Pero eso sí, estaba más bueno que un queso.

viernes, marzo 23, 2007

Yo no buscaba a nadie y te vi

Ayer recuperé una vieja costumbre que hacía años que no practicaba. La verdad es que no recuerdo cuándo ni por qué dejé de hacerlo, pero ayer me di cuenta de que había pasado mucho tiempo.

Yo no suelo salir a pasear nunca. Yo voy a sitios concretos a hacer cosas concretas. Si están cerca voy andando y sino voy en coche, pero salir a pasear es algo que no acostumbro a practicar demasiado (exceptuando cuando hago turismo, claro).
Ayer lo hice, pero no fue un paseo sin más. Al hecho de andar sin rumbo le añadí un detalle que consiguió convertir un simple paseo por mi barrio en una experiencia muy entretenida.
Durante todo mi paseo me dediqué a mirar directamente a los ojos a todos aquellos hombres que se cruzaban en mi camino y, claro está, analizar sus diferentes reacciones.
Me crucé con muchos rostros desconocidos, muchas miradas nuevas y muchas expresiones distintas.

Uno se puso nervioso y acto seguido se paró ante un escaparate a mirarse la cara a ver qué era lo que había llamado mi atención.

Alguno me saludó pensando que yo lo miraba porque lo conocía de algo.

Con algunos eché un pulso de miradas. Con alguno gané yo y con otro acabé bajando la cabeza y aceptando mi derrota.

Otro me puso mala cara y al pasar a mi lado me lanzó una mirada un pelín agresiva como diciendo “¿qué coño miras?”.

Unos ni se percataron de mi existencia y otros me miraron pero estoy segura de que no me vieron.

Alguno me susurró algo al pasar a mi lado y algún otro en lugar de mirarme a los ojos me dio un repaso anatómico mucho más exhaustivo.

Con uno me crucé hasta tres veces, lo que provocó que a los dos nos diera un ataque de risa y con otro me hubiera gustado volverme a cruzar, pero no coincidió.

Hubo uno al que empecé a mirar desde lejos. En cuanto sus ojos se cruzaron con los míos bajó la cabeza para volverla a subir y volverla a bajar y volverla a subir hasta que, al pasar a mi lado, me sonrió tímidamente. Le devolví la sonrisa y cuando ya había pasado me giré y lo pillé mirando. Le guiñé un ojo y seguí mi camino pensando “menudo morro tienes, Reich”.

Me gustó tanto la experiencia que en plena euforia decidí darme un homenaje y comprarme un vestido al que le había echado el ojo la semana pasada.

(Supongo que es una manía como otra cualquiera, pero yo para concederme un capricho me lo tengo que ganar. Eso sí, soy bastante permisiva conmigo misma y cualquier excusa es buena para merecerme más que nadie el capricho de turno)


Cuando di por terminado mi paseo, subí a mi casa, me puse cómoda, encendí la calefacción, me acurruqué en el sofá y estaba echándole un ojo a una revista cuando de pronto leo lo que decía mi horóscopo para el día de ayer:

Virgo

Salud: Evita que te coja el frío en la calle.
Dinero: No está el tema para caprichos, se avecinan tiempos difíciles.
Amor: Lo esencial no es visible a los ojos, no lo olvides.



Pues eso, lo que yo decía... que salí a comprarme un vestido que me hacía mucha falta para taparme un poco y no ir por ahí enseñando "lo esencial".

miércoles, marzo 21, 2007

Podría...

Podría distorsionar un poquito la realidad y decir que durante este tiempo he estado ausente porque un hombre sexi y elegante a la par que interesante e inteligente ha estado proporcionándome placer incansablemente en mis ratos libres.
Podría incluso fantasear un poco más y dejarme llevar por mi imaginación para relataros los infinitos motivos por los que no consigo decidir si me pone más su mente o su cuerpo, su capacidad para despertar mi interés por lo que me dice o por lo que me hace o su facilidad para provocarme todo tipo de reacciones o seducirme de mil formas diferentes.
Podría además idear muchos momentos, muchas situaciones y muchas circunstancias que me habrían impedido actualizar este blog y en todas él habría sido el culpable.
Podría...

Podría mentir, pero eso está muy feo y la verdad es que a ese hombre no le ha apetecido dar señales de vida.

Lo cierto es que llevo 4 semanas sin internet en casa pero mi proveedor de internet (al que puse verde cuando me advirtió que si me cambiaba de piso estaría sin conexión un mes) se ha comprometido a cumplir mis deseos en el plazo de una semana.

Mientras, mis otros deseos, esos que sólo ese hombre puede complacer, carecen de una fecha límite para hacerse realidad.


Porque ese hombre aparecerá (o no) cuando le de la gana, sin previo aviso, sin llamar a la puerta y sin pedir permiso. Aparecerá mañana, el mes que viene, el año que viene o cuando yo sea una ancianita y mis firmes pechos sean un recuerdo del pasado. Y entonces yo le tendré que contar que cuando era joven mis tetas estaban en su sitio, las carnes que cuelguen de mi espada formaban parte de un culo muy bien puesto y que las arrugas de mi cara no estaban ahí de forma tan evidente. Le tendré que explicar que llega tarde para disfrutar del cuerpo serrano que yo tenía y que a esas alturas ya no me quedarán fuerzas para polvos salvajes ni posturas imposibles. Tendrá que entender que llegar con tanto retraso transforma lo que había sido un sensual movimiento en un inevitable desgastamiento de cadera y un erótico conjunto de ropa interior en un combinado de faja y sostén nada provocadores.

Podría parecer que no, pero yo sé que él es suficientemente inteligente como para saber lo que hace y si prefiere seguir esperando sus motivos tendrá.

Al fin y al cabo es él el que se lo está perdiendo... o seré yo?

martes, marzo 13, 2007

Ahora vuelvo...


PD. Cuando lo que tenga que contar no quepa en un post-it, escribiré un post.