Lo he decidido, acabo de llamar a un programa de la tele y en breve seré una de las afortunadas mujeres cuya vida se transformará gracias a la magia del mejor programa que hemos tenido en antena, Cambio Radical.
Ya me lo estoy imaginando...
Para poder darme la noticia de que soy la siguiente afortunada en pasar por el quirófano de la felicidad primero me vestirán con un chándal último grito en los centros comerciales de Alcorcón, luego me despeinarán lo suficiente como para que mi pelo se asemeje a un estropajo, me obligarán a poner cara de pena constantemente y cuando mi aspecto sea el de la desgracia personificada será cuando me den (ante mis familiares y amigos) la esperada noticia.
Yo lloraré y mi familia también.
Yo porque me estará viendo media España con pinta de acabarme de despertar de una pesadilla y mi familia por la vergüenza ajena de tener que verme (y verse) en la tele de esa guisa.
Desde ese momento tendré que convivir todo el día con cámaras, la ilusión de mi vida y sin duda lo más práctico para acabar con mis complejos.
Luego me llevarán a ese maravilloso centro de enclaustramiento y comenzará mi verdadera aventura hacia la realización personal y la vida plena.
Allí me pondrán un conjunto de braga y sujetador color carne (¡con lo que me gustan!) y me obligarán a relajar todos los músculos de mi cuerpo mientras una cámara me rodea y va filmando, sin dejarse un solo detalle, todos los defectos de mi cuerpo.
Luego me obligarán a poner cara de desgraciada y me harán el primer plano televisivo más cruel de la historia.
Con esta carta de presentación ya estaré preparada para ir a ver a mi nuevo mejor amigo, el cirujano.
Hombre encantador donde los haya que cuando yo le diga que quiero que me ponga la nariz de la Jolie, aprovechará para hacerme ver que, además, necesito urgentemente un retoque en los pómulos, unos labios nuevos, una mirada más felina, botox a discreción y una nueva dentadura. Además se encargará de sacar de mi cuerpo todos esos depósitos de grasa o pequeñas lorzas a las que tanto cariño les tengo y, por supuesto, me convencerá de que mis pechos necesitan como mínimo un par de sacos de silicona para hacer juego con todo lo demás.
Después de que este buen hombre explique a mi audiencia lo maravillosa que quedaré cuando de mí no quede ni la muestra, la encantadora presentadora del evento aprovechará para explicarle al mundo entero que gracias a su programa están a punto de deshacerse de mí, para engendrar una nueva persona con un visado garantizado hacia la felicidad más absoluta.
En vivo y en directo a mi hermano pequeño le echarán la culpa de mi desgracia y mis complejos por haberse metido conmigo cuando éramos preescolares. A mis padres les recriminarán no haberme concebido con mejores cualidades genéticas y porque no tengo novio, que sino le preguntarían si no tiene miedo a que lo mande a freír churros cuando descubra que tras el cambio radical puedo conquistar a tíos más guapos que él.
Pero todo eso a mí me dará igual y toda España podrá comprobar lo feliz que me siento con una escayola en la nariz, los ojos amoratados y el cuerpo vendado después de que me hayan sometido a veinte operaciones quirúrgicas (que en circunstancias normales requerirían 2 años) en una sola visita al quirófano.
Como colofón y fin de fiesta me llevarán a una estilista divina que hará con mi pelo lo que le venga en gana después de recalcarme y dejarme muy clarito que el peinado y color de pelo que yo he llevado toda mi vida son una mierda y me sientan como el culo.
¿Y todo esto para qué? Para presentarme después en un plató donde me esperarán mis familiares y amigos llorando de felicidad porque, por primera vez en todo el programa, me permiten sacarme el chándal para colocarme un vestido de fiesta que hace juego con mis nuevos dientes.
Eso sí, que no os sorprenda que luego me vea obligada a recorrer los platós de los programas más sangrantes para recaudar el dinero que necesitaré para poder mantener a mi nuevo yo.
Porque mi nuevo yo necesitará una renovación absoluta del fondo de armario, de lo que no es el fondo y de los cajones. Un abono ilimitado en el gimnasio para mantener a raya las lorzas que se quedaron en el quirófano. Sesiones mensuales de botox para no perder la sonrisa constante. Y lo más importante, terapia de grupo vitalicia para mis familiares y amigos.
Ay! Qué emocionada estoy... no veo llegar ese momento final en el que se podrá leer impreso bajo mi imagen el letrerito que dice:
"Reich ha cumplido su sueño.
Cambio Radial la ha convertido en otra persona"
Está claro que en el mundo tiene que haber de todo...
aunque yo no acabo de entender por qué.