
Estimado Sr. Cupido:
Me pongo en contacto con usted con el propósito de aclarar ciertas cosillas.
Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que usted se dirigió a mí con uno de sus dardos envenenados y yo empiezo a preguntarme a qué es debida tanta tardanza en la prestación de sus servicios.
Entiendo que estando en primavera estará usted hasta arriba de trabajo y no quisiera yo, con mi impaciencia y mis prisas, estresarle lo más mínimo.
Pero ha de entender, que si se dedica a lanzar flechas amorosas en los corazones de la gente que me rodea y se olvida usted de mí, yo me preocupe y me pregunte a que se debe este trato diferente.
Porque Sr. Cupido, los dos sabemos que ha estado usted rondando a mis conocidos con bastante eficiencia por su parte.
A tres de ellos me los ha dejado usted inservibles como amigos. Tan enamorados me los ha devuelto que ya no tienen ni tiempo, ni ganas, ni necesidad de verme. ¡Con lo que yo he sido para ellos durante todos sus años de soltería!
A otros que ya tenía usted en sus redes, los ha liado para que pasen por la vicaría. Porque yo sé que eso ha sido cosa suya, que ellos de toda la vida habían pasado del tema y ahora, de repente, todos corriendo a casarse, como si casándose fueran a solucionar todos sus problemas.
Por si esto fuera poco, he sabido que también es una hazaña de las suyas la de emparejar de repente y sin previo aviso a la mitad de mis “pretendientes” cibernéticos.
Uno que juraba y perjuraba que yo era a mujer de sus sueños, se ha enamorado de otra de la noche a la mañana y otro, que aseguraba que yo sería su cibernovia toda la vida, ha descubierto a otra mejor que yo y de mi ya no quiere saber nada.
Sin ánimo de recriminarle a usted nada relacionado con la forma de llevar a cabo su trabajo, mi intención no es otra que hacerle saber que yo, Reich, también estoy en el mercado.
Que al igual que mis conocidos y amigos también tengo mis derechos.
Que la chica bocazas que juró no volver a salir con nadie ha muerto y que la que ahora escribe es una mujer nueva, renovada y reparada de todas aquellas chiquilladas.
Que ahora si que quiero que vuelva usted a mí con una de sus flechas y me perfore de la forma más salvaje el corazón, que de tan poco uso se me está empezando a oxidar.
Si Sr. Cupido, yo también existo e igual que al resto del mundo le gustaría encontrar a alguien que, además de percatarse de mi existencia, supiera hacer de ella algo más completo.
Esperando que mis palabras no caigan en saco roto y sirvan para que en su próxima visita a la ciudad se acuerde de la que escribe, se despide, con todo el cariño del mundo,
Reich.
P.D. - Y si se le pueden escribir cartas como a los Reyes Magos, hágamelo saber, que ya la tengo escrita y se la puedo mandar por correo urgente.