Ayer recuperé una vieja costumbre que hacía años que no practicaba. La verdad es que no recuerdo cuándo ni por qué dejé de hacerlo, pero ayer me di cuenta de que había pasado mucho tiempo.
Yo no suelo salir a pasear nunca. Yo voy a sitios concretos a hacer cosas concretas. Si están cerca voy andando y sino voy en coche, pero salir a pasear es algo que no acostumbro a practicar demasiado (exceptuando cuando hago turismo, claro).
Ayer lo hice, pero no fue un paseo sin más. Al hecho de andar sin rumbo le añadí un detalle que consiguió convertir un simple paseo por mi barrio en una experiencia muy entretenida.
Durante todo mi paseo me dediqué a mirar directamente a los ojos a todos aquellos hombres que se cruzaban en mi camino y, claro está, analizar sus diferentes reacciones.
Me crucé con muchos rostros desconocidos, muchas miradas nuevas y muchas expresiones distintas.
Uno se puso nervioso y acto seguido se paró ante un escaparate a mirarse la cara a ver qué era lo que había llamado mi atención.
Alguno me saludó pensando que yo lo miraba porque lo conocía de algo.
Con algunos eché un pulso de miradas. Con alguno gané yo y con otro acabé bajando la cabeza y aceptando mi derrota.
Otro me puso mala cara y al pasar a mi lado me lanzó una mirada un pelín agresiva como diciendo “¿qué coño miras?”.
Unos ni se percataron de mi existencia y otros me miraron pero estoy segura de que no me vieron.
Alguno me susurró algo al pasar a mi lado y algún otro en lugar de mirarme a los ojos me dio un repaso anatómico mucho más exhaustivo.
Con uno me crucé hasta tres veces, lo que provocó que a los dos nos diera un ataque de risa y con otro me hubiera gustado volverme a cruzar, pero no coincidió.
Hubo uno al que empecé a mirar desde lejos. En cuanto sus ojos se cruzaron con los míos bajó la cabeza para volverla a subir y volverla a bajar y volverla a subir hasta que, al pasar a mi lado, me sonrió tímidamente. Le devolví la sonrisa y cuando ya había pasado me giré y lo pillé mirando. Le guiñé un ojo y seguí mi camino pensando “menudo morro tienes, Reich”.
Me gustó tanto la experiencia que en plena euforia decidí darme un homenaje y comprarme un vestido al que le había echado el ojo la semana pasada.
(Supongo que es una manía como otra cualquiera, pero yo para concederme un capricho me lo tengo que ganar. Eso sí, soy bastante permisiva conmigo misma y cualquier excusa es buena para merecerme más que nadie el capricho de turno)
Cuando di por terminado mi paseo, subí a mi casa, me puse cómoda, encendí la calefacción, me acurruqué en el sofá y estaba echándole un ojo a una revista cuando de pronto leo lo que decía mi horóscopo para el día de ayer:
Virgo
Salud: Evita que te coja el frío en la calle.
Dinero: No está el tema para caprichos, se avecinan tiempos difíciles.
Amor: Lo esencial no es visible a los ojos, no lo olvides.
Pues eso, lo que yo decía... que salí a comprarme un vestido que me hacía mucha falta para taparme un poco y no ir por ahí enseñando "lo esencial".